En una cultura como la nuestra, que tiende a valorar los resultados rápidos, a normalizar conductas y a minimizar actos sin atender a los impactos indirectos y de largo plazo de estas conductas, con foco en el fin y no en el medio, una de las excusas más comunes para justificar actos corruptos consiste en resaltar el resultado obtenido: “Si el resultado es bueno, ¿por qué va a estar mal?”
Esta excusa viene motivada por factores como la presión de las organizaciones por obtener determinados resultados en poco tiempo, la ausencia de reproche externo a los medios cuando se está buscando un fin en principio benévolo, el estímulo social de algunas regiones para quienes obtienen ventajas a “cualquier costo”, entre otros. Estos matices complican la tarea de definir con precisión la corrupción y pueden ser aprovechados por las y los empleados con o sin intención, como excusa para llevar a cabo conductas ilegales. En general debemos alentarnos a hacernos tres preguntas frente a los hechos que nos generen dudas: ¿Es legal?, ¿Es ético?, ¿Cómo me sentiría si todos saben que estoy involucrado?
En efecto, es común encontrar justificaciones en los colaboradores de una organización para la ejecución de una conducta fraudulenta o corrupta, en el beneficio que la misma significó para alcanzar las metas y presupuestos, incluso, ocultando el beneficio particular para los compañeros de equipo y para los superiores.
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